Educando a papá |
El domingo pasado, junto con
otros dos baquetones, nos dedicamos todo el día a ver futbol y a comer pizza
con cerveza, algunos a desahogar el intestino con emisiones sabor a potasio y a
echarle la culpa al perro y otros a dormitar un rato mientras los cinco o seis
encuentros se discutían. La pasamos muy bien…
Por otro lado, pensando en algunos
instantes de mi vida, cuando he estado en situación de crisis, o sea, viviendo
en pareja, hubiera sido imposible gozar de todo un domingo sin la necesidad de
interrumpir un partido para ir a casa de ‘sus’ papás a comer, levantar y bajar
la tapa del baño (Pregunta de los 64mil:
¿Por qué no ven las mujeres dónde se van a sentar al hacer pipí?), en fin, el
amor es hermoso como un mes, después entran esas ansias de la mujer por
controlar qué comes, cómo te vistes, cómo le cambias a la tv ‘¿Por qué ves
futbol todo el día?’ ‘¡Cámbiale del History
Channel, que ya empezó Netas divinas!’
¡Puta madre! (Esto último es expresión mía) ‘¿Ya sacaste la basura?’ ‘Mañana
tenemos que ir con mis tíos que vinieron (Y aquí usted pone un pueblo, ciudad o
país de donde la susodicha tiene parientes visitadores, que no son parientes,
pero como la conocen desde chiquita les dice ‘tíos’) y quiero que te vistas
decente, no con tus bermudas’.
Un día viví con una damita, cuando
a media noche llegó su prima que porque la había golpeado su marido y sólo
alcanzó a empacar una caja llena de zapatos y a su hija… una hora más tarde
arribó el golpeador con la intención de pedir disculpas, yo creo que eran muy
sinceras porque llegó con su suegro, o sea, con el papá de la golpeada, que
intercedió por este, o sea, por el golpeador, para que regresara con él, o sea,
con el golpeador no con el suegro de este, jurándole, los dos, que nunca
volvería a pasar… a los tres días agarré mi caja de zapatos y salí de esa
familia.
En otra ocasión, descargué mi
fanatismo por vivir en pareja con una (Aquí usted ponga algún adjetivo
descalificativo, le sugiero perra).
Me engañó, me puso los cuernos con un compañero de trabajo en mi carro que le
presté para evitar que, en mi papel de protector, no la dejara a media noche su
automóvil cuando saliera de una
fiesta del trabajo. Ahí se condicionaron dos verdades: la primera, que no nada
más mi coche era más seguro que su carcancha,
mecánicamente hablando, si no más acogedor; y la segunda, que la venganza sabe
dulce… él se casó con ella.
No sé a dónde me lleve el camino
de la vida, no sé si encontraré otra vez el amor de un mes para seguir
disfrutando al escribir de ellas. Lo único que sé es que, a pesar del recorrido
de la tabla periódica de los elementos con los olores emanados por los
asistentes a ver un partido de futbol y la molestia de limpiar líquidos ajenos
en la tapa del escusado, convivir un domingo con amigos, es la delicia de la
especie humana, en su género masculino, claro.
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